Por Inspiración Femenina
Habitualmente escuchamos siempre el mismo tipo de noticias sobre las mujeres afganas. Todo aquello que tenga que ver con su velo, su represion, las penurias a las que están sometidas y un largo etc. desgraciadamente esta es una realidad aún muy latente en este pais, pero también es bueno descubrir que hay mujeres que no viven así, que tienen otras opciones. También hemos de escuchar las historias de las mujeres a las que se les están empezando a abrir las puertas, es sano descubrir donde se empiezan a producir los cambios. Es, creemos, una manera de ir alimentando nuestra esperanza y de saber, que aunque sea muy poco a poco, algunas pequeñas cosas cmabian.
A estas reflexiones nos llevó leer el artículo que os presentamos hoy, titulado: "MUJERES EN AFGANISTAN: ENTRE EL BURKA Y LA LIBERTAD", publicado en el diario español El Mundo, especificamente en su magacine dedicado a la mujer "Yo Donna".
Para ser sinceras, no somos muy fans de esta revista, pues no nos suele gustar la perspectiva ni el talante con el que tratan el tema de la mujer. Pero también es cierto que, de tanto en tanto, aparece alguna cosa interesante. Y este es el caso que les traemos.
Os invitamos a leer este artículo que narra la historia de una muchacha que ha podido ir sorteando las dificultades de una mujer afgana.
Mujeres en Afganistán: entre el burka y la libertad
A diferencia de la novia de la fotografía, el día de su boda Zohra
estaba radiante, feliz, con una sonrisa de oreja a oreja. Las novias en
Afganistán nunca sonríen, bajo ningún concepto. Ni tan siquiera cuando
les toman fotos, como si celebraran su funeral en vez de su enlace. No
en el caso de Zohra. Por algo ella es el prototipo de afgana que
demuestra que la situación de las mujeres en el país ha cambiado desde
la caída del régimen talibán en 2001. El presente ya no tiene nada que
ver con el pasado, aunque el futuro continúa siendo incierto: el grueso
de las tropas internacionales se marcha de Afganistán y, con ellas,
buena parte de las ayudas extranjeras que se han destinado a las afganas
en los últimos años para tratar de mejorar su situación. "Más del 80%
de los matrimonios sigue siendo forzado", asegura con cara de
preocupación Soraya Sobhrang, responsable de género en la Comisión
Independiente de Derechos Humanos de Afganistán (AIHRC). "O si no, la
chica acepta el hombre que sus padres escogen para ella como marido,
aunque no lo quiera. Por lo tanto, a la postre, es lo mismo", apostilla.
En eso el hundimiento del régimen talibán sirvió para poco. Los cambios
fueron mínimos.
Zohra rompió con esa tradición y, en contra de las convenciones sociales de su país, se casó en septiembre pasado con un joven que ella misma escogió y de quien estaba locamente enamorada. Tal y como ocurre en los culebrones indios y turcos que ahora inundan las cadenas de televisión afganas, que tan poco tienen que ver con la realidad del país pero que encantan a las jóvenes. «Me daba miedo ir contra corriente", recuerda ahora Zohra. "Mi familia no estaba de acuerdo, pero al final dio su brazo a torcer". Como lo había hecho antes en tantas otras ocasiones.
Porque Zohra no solo se casó con quien quiso, sino que también fue al
colegio y a la universidad. Es una de los 10 millones de niñas y niños
escolarizados en Afganistán tras la caída del régimen talibán,
estadística que tanto gusta difundir a la OTAN y a los Gobiernos
occidentales para demostrar que su esfuerzo no fue en vano y que la
intervención internacional en el país realmente sirvió para mejorar en
parte la vida de las mujeres, condenadas al más puro ostracismo durante
el lustro (1996-2001) que duró el régimen fundamentalista.
Las cifras hablan por sí solas. En la época talibán solo había un millón de alumnos, y todos eran niños. Las niñas y las mujeres tenían prohibido estudiar. De la misma manera, tampoco podían participar en la vida pública ni trabajar fuera de casa. Ahora en las ciudades, sobre todo en las del norte, es habitual verlas en todo tipo de empleos. Funcionarias, doctoras, maestras, periodistas, deportistas o parlamentarias. La lista es larga, aunque las que trabajan fuera del hogar continúan siendo una minoría.
Zohra se licenció en Medicina y ahora trabaja para una ONG internacional que le paga un sueldo que muchos españoles querrían: 2.000 dólares al mes, unos 1.500 euros. "Cobro más que mi padre y mi hermano juntos", dice la muchacha con orgullo. Así, asegura, se ganó el respeto de su familia y que esta primero aceptara que no se casara hasta que finalizara sus estudios y después que lo hiciera con quien a ella le dio la gana. "Tener unos ingresos puede cambiar la vida de una mujer en Afganistán", asegura Najiba Faiz, responsable de género de la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID), y cuya existencia se transformó cuando empezó a ganar más que su marido. «Antes tenía que pedirle permiso para salir de casa. Ahora puedo hacer lo que quiera", declara. Aunque, eso sí, él continúa llevando los pantalones en el hogar. "Hay convenciones que no te puedes saltar", argumenta ella.
A simple vista la boda de Zohra parecía un enlace convencional
-hombres y mujeres lo celebraron en salones distintos, por separado,
como marca la tradición-, pero de normal no tuvo nada. No solo los
novios se amaban, sino que también ella renunció a que él pagara una
dote a su familia, como es costumbre en el país. Se suele tratar de una
gran cantidad de dinero, que puede llegar a los 7.000 euros, en un lugar
donde el sueldo medio no supera los cien. "Muchos hombres se endeudan o
venden alguna propiedad para conseguir el dinero", explica la
responsable de género de la AIHRC. "O se llevan a cabo prácticas como el
trueque o badal: intercambio de mujeres entre familias para casar a sus
respectivos hijos sin necesidad de una transacción económica", añade.
Un informe realizado en 2010 por la Unidad de Investigación y Evaluación
en Afganistán (AREU, en sus siglas en inglés) llegó a la terrible
conclusión de que la dote es una de las causas de la violencia contra la
mujeres en ese país, y la pobreza endémica de sus habitantes. Una vez
casado, el hombre considera que su mujer es una propiedad con la que
puede hacer lo que quiera, por algo ha pagado por ella.
"El problema es que en Afganistán existe una impunidad generalizada que afecta por completo a todos los estamentos de la sociedad, y aún más a las mujeres". Orzala Ashraf, una reconocida activista afgana por los derechos humanos, justifica así que la violencia contra las féminas en el país continúe siendo endémica, a pesar de los avances legales que en teoría se han dado. En 2009 el Gobierno aprobó una Ley para la Eliminación de la Violencia contras las Mujeres que, por ejemplo, castiga el maltrato, la venta o el matrimonio forzoso. La nueva Constitución, aprobada tras la caída del dominio talibán, también establece igualdad de derechos para ambos sexos. Y Afganistán ha firmado y ratificado como país la Convención internacional para la eliminación de todas formas de discriminación contras las mujeres (CEDAW). Sin embargo, en la práctica todo se queda en papel mojado.
"Una solución?", dice pensativa Maryam Akrami, que dirige una casa de
acogida para maltratadas en Kabul, cuando se le pregunta si existe
alguna salida real para las que sufren violencia. "Que ahora haya casas
de acogida ya es todo un avance, pero resulta difícil hablar de
solución. Una vez entra aquí, la mujer está condenada a quedarse para
siempre si su familia no acepta que regrese al hogar o si no vuelve a
casarse. Es impensable que viva sola, sin estar vinculada a una figura
masculina".
Ahora Zohra no sabe qué hacer. "No puedo divorciarme. Sería una vergüenza para mi familia. ¿Qué diría la gente si se enterara de que me casé por amor y que a los cuatro meses ya no quería estar con mi marido? Seríamos el hazmerreír de todo el mundo", comenta afligida. Ni haber estudiado una carrera universitaria ni tener un sueldo de ministro le sirven ahora para nada, si no es para huir. "Morir o irme del país. No me queda más opción", dice convencida. Está embarazada de tres meses y debe tomar una decisión. En Afganistán el hombre es quien tiene la custodia de los hijos. Si da a luz antes de marcharse, su marido se quedará con el recién nacido.
Zohra no solo se casó con quien quiso sino que también fue al colegio
y a la universidad. Es una de los 10 millones de niñas y niños
escolarizados en Afganistán tras la caída del régimen talibán.
Sin embargo, Sajia Begham, abogada e investigadora sobre derechos de
las mujeres en Afganistán, aclara que esta situación no siempre fue así:
"Antes de la guerra, los padres tenían muy en cuenta la opinión de sus
hijas y no las casaban con alguien que ellas no quisieran. Pero con el
inicio del conflicto se generalizaron la violación y secuestro de
mujeres, y también los matrimonios forzados. Las familias creían que sus
hijas estaban más seguras casadas que solteras, aunque fuera con un
hombre que no desearan, porque al menos tendrían a alguien que las
protegiera».Zohra rompió con esa tradición y, en contra de las convenciones sociales de su país, se casó en septiembre pasado con un joven que ella misma escogió y de quien estaba locamente enamorada. Tal y como ocurre en los culebrones indios y turcos que ahora inundan las cadenas de televisión afganas, que tan poco tienen que ver con la realidad del país pero que encantan a las jóvenes. «Me daba miedo ir contra corriente", recuerda ahora Zohra. "Mi familia no estaba de acuerdo, pero al final dio su brazo a torcer". Como lo había hecho antes en tantas otras ocasiones.
Una joven ante el escaparate de una tienda de vestidos de novia en Herat.
Foto: Mónica Bernabé
Las cifras hablan por sí solas. En la época talibán solo había un millón de alumnos, y todos eran niños. Las niñas y las mujeres tenían prohibido estudiar. De la misma manera, tampoco podían participar en la vida pública ni trabajar fuera de casa. Ahora en las ciudades, sobre todo en las del norte, es habitual verlas en todo tipo de empleos. Funcionarias, doctoras, maestras, periodistas, deportistas o parlamentarias. La lista es larga, aunque las que trabajan fuera del hogar continúan siendo una minoría.
Zohra se licenció en Medicina y ahora trabaja para una ONG internacional que le paga un sueldo que muchos españoles querrían: 2.000 dólares al mes, unos 1.500 euros. "Cobro más que mi padre y mi hermano juntos", dice la muchacha con orgullo. Así, asegura, se ganó el respeto de su familia y que esta primero aceptara que no se casara hasta que finalizara sus estudios y después que lo hiciera con quien a ella le dio la gana. "Tener unos ingresos puede cambiar la vida de una mujer en Afganistán", asegura Najiba Faiz, responsable de género de la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID), y cuya existencia se transformó cuando empezó a ganar más que su marido. «Antes tenía que pedirle permiso para salir de casa. Ahora puedo hacer lo que quiera", declara. Aunque, eso sí, él continúa llevando los pantalones en el hogar. "Hay convenciones que no te puedes saltar", argumenta ella.
Una mujer con su hija en el hospital de Qala-e-now, financiado por España.
Foto: Mónica Bernabé
Una vez casado, el hombre considera que su mujer es una propiedad con
la que puede hacer lo que quiera, porque ha pagado dote por ella.
Así, sin dinero de por medio, Zohra creyó que su felicidad estaría
asegurada, pero se equivocaba. "Mi padre nunca me pegó, pero mi marido
ya me ha levantado la mano infinidad de veces», contaba tan solo cuatro
meses después de la boda, sin dar crédito a que eso le estuviera pasando
a ella. "Ya no es el mismo de antes. Su madre le ha calentado la
cabeza. Le dice que no puede ser el único tonto que deje que su mujer
haga lo que quiera"."El problema es que en Afganistán existe una impunidad generalizada que afecta por completo a todos los estamentos de la sociedad, y aún más a las mujeres". Orzala Ashraf, una reconocida activista afgana por los derechos humanos, justifica así que la violencia contra las féminas en el país continúe siendo endémica, a pesar de los avances legales que en teoría se han dado. En 2009 el Gobierno aprobó una Ley para la Eliminación de la Violencia contras las Mujeres que, por ejemplo, castiga el maltrato, la venta o el matrimonio forzoso. La nueva Constitución, aprobada tras la caída del dominio talibán, también establece igualdad de derechos para ambos sexos. Y Afganistán ha firmado y ratificado como país la Convención internacional para la eliminación de todas formas de discriminación contras las mujeres (CEDAW). Sin embargo, en la práctica todo se queda en papel mojado.
Afganas se manifiestan por sus derechos.
Foto: Mónica Bernabé
Ahora Zohra no sabe qué hacer. "No puedo divorciarme. Sería una vergüenza para mi familia. ¿Qué diría la gente si se enterara de que me casé por amor y que a los cuatro meses ya no quería estar con mi marido? Seríamos el hazmerreír de todo el mundo", comenta afligida. Ni haber estudiado una carrera universitaria ni tener un sueldo de ministro le sirven ahora para nada, si no es para huir. "Morir o irme del país. No me queda más opción", dice convencida. Está embarazada de tres meses y debe tomar una decisión. En Afganistán el hombre es quien tiene la custodia de los hijos. Si da a luz antes de marcharse, su marido se quedará con el recién nacido.
Dentro de las muchas ayudas humanitarias que existen en Kabul, hemos sabido de una fundación italiana que se llama "Pangea Onlus", a la que le hemos dedicado un artículo. Si pudiéramos hacerle saber a Zohra de esta institución le haríamos un gran favor. Esta institución busca precisamente trabajar con mujeres afganas, siendo ella una mujer affgana profesional y médica le podrían ofrecer una ayuda y ella podría ayudar a muchas otras mujeres.
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