Por Fidela Sanz
No todo es lo que parece… en
realidad, éste que les presentamos no es un artículo de cotilleo sobre la
intimidad de los mandatarios franceses –que también- sino una reflexión sobre
los motivos por los que una mujer se enamora. La autora reconoce que a las
mujeres nos suelen gustar los hombres poderosos, no por el poder que pueden
darnos sino porque suelen ser muy interesantes, inteligentes, fuertes… y que desde
siempre la hembra ha buscado al jefe de la manada para que la protegiera –y para
obtener los mejores genes para sus crías, añadimos-. Nos parece una visión interesante, que invita a la reflexión... Siempre nos quedará la duda: ¿será enamoramiento, el poder de la razón, o la razón del poder?
http://www.elmundo.es/yodona/2014/01/31/52eb8da622601d94718b456e.html
¿Qué ha visto en Hollande
Julie Gayet?
La actriz Julie Gayet. Foto: Gtres online |
CARMEN
POSADAS
Actualizado: 01/02/2014 00:15 horas
La vieja historia
ha estallado en escándalo donde menos se esperaba: en pocos países los jefes de
Estado han sido tan aficionados como los presidentes franceses a buscar camas
ajenas donde descansar sus coronadas cabezas. Giscard le tanteaba los muslos a
Brigitte Bardot, y Mitterrand (con ese aire al cardenal Mazarino que tanto
gustaba en la gauche caviar) no se conformaba con tener dos familias y dicen
que visitaba a varias amantes en una sola noche, cubierto siempre por la
inusual complicidad de la prensa. De Chirac cuentan las leyendas que la noche
que murió Lady Di, el ministro del Interior telefoneó al Palacio del Elíseo
para informar al presidente y que la primera dama atendió con cajas
destempladas, quejándose de las horas de la llamada y preguntando al ministro
que si creía que ella tenía la menor idea de dónde dormía su marido.
En la época de
Sarkozy nos informaron más de los devaneos de Cécilia, su anterior mujer, que
de las escapadas nocturnas del nervudo y nervioso Nicolas. Ahora la impunidad
le revienta entre las manos al que menos esperábamos, a Hollande, el
anodino, al del aire pánfilo y satisfecho de un funcionario de Pas de Calais
después de una buena comida. Por si fuera poco, no es el primer lío de faldas
que provoca este improbable sex symbol que ya había abandonado a su compañera
de 25 años, la estupendísima Ségolène Royal, por una atractiva
periodista con malas pulgas y apellido de sabueso. La pregunta resuena en el
aire y en las ondas y no es precisamente por qué el presidente ha descuidado de
forma tan flagrante su seguridad para visitar a su amante, sino otra muy distinta:
¿qué diantres le ha visto una actriz joven, guapa y con éxito a ese tipo bajito
con cara de niño mofletudo y empollón envejecido de repente, a ese hombre gris
al que ya imaginamos con su casco de motociclista hasta en sus momentos más
íntimos? Lo que le viene a la cabeza a muchos es que el motor de esta pasión es
el vil interés, el dinero, un futuro con el riñón bien cubierto, pero, en mi
humilde opinión de escritora aficionada a la novela de detectives, no estoy
segura de que ese sea el móvil de esta comedia de enredo.No parece que Julie
Gayet vaya a sacar mucho a cambio del martilleo mediático que la va a
sacudir los próximos meses, ni económicamente ni en su carrera profesional.
¿Cuál es el atractivo entonces? La respuesta es fácil: el poder. Simple y
llanamente. Sí, ya sé que suena mal, que muchas feministas pensarán que estoy
dando la razón a los estereotipos del macho alfa, esos que dicen que las
mujeres corremos siempre tras una cartera bien llena.
Pero ¿está mal que
nos gusten los poderosos? Hay una verdad difícil de discutir desde los tiempos
de Catalina de Médicis o de Leonor de Aquitania: estos hombres suelen ser muy
interesantes. Interesantes no por su cuenta bancaria, no necesariamente por lo
que representan, sino por cómo son, por lo que hacen, por sus sueños y
aspiraciones. Eso no es algo con lo que una mujer se encuentra todos los días,
¿no es cierto? No se trata de dependencia ni subordinación, algo que ni
buscamos ni deseamos, sino de un aspecto para mí fundamental del amor como es la
admiración hacia nuestra pareja. Normalmente estos son hombres fuertes,
inteligentes, a los que nadie les ha regalado nada y que han llegado a donde
han llegado por su propio esfuerzo. No hay nada más atávico que esta atracción.
Desde la madrugada de la humanidad, la mujeres hemos buscado al líder de la
manada para que nos proteja. Unas veces creemos verlo en la belleza, en la
fortaleza física, en la juventud. Otras buscamos más allá de la simple
atracción sexual, en el cerebro, en un talento y una voluntad que se haya
trazado sus metas y las haya logrado. Más allá del cálculo, por la simple y
siempre menospreciada admiración intelectual. Esa es la razón para que la edad
que separa a esas parejas no sea importante: Hollande tiene 17 años más
que Julie; a Antonioni le separaban 40 años de su mujer y, sin ir más lejos, yo
me llevaba 22 años con mi difunto marido. Modestia aparte, podía haber elegido
a unos cuantos, no me faltaban alternativas, precisamente, pero lo elegí a él.
Lo mismo parece haberle sucedido con Hollande a Julie Gayet,
guapa, con éxito y dueña, para más señas, de un castillo del siglo XVII.
¿Se enamora una de
la persona o de la personalidad pública? Los hombres suelen sentirse amenazados
por las mujeres con éxito, por el síndrome de Dennis Thatcher, por una
existencia vicaria como la que se le supone al señor Merkel. Por contra,
nosotras nos enamoramos del paquete, del conjunto, de la persona y sus
circunstancias. ¿Son todos los hombres poderosos fascinantes? Como en todos los
grupos sociales, ellos también tienen sus defectos, normalmente muchos. Tienden
a la soberbia, a la impaciencia, a la complacencia con ellos mismos. También
hay mujeres que se acercan a los poderosos buscando fortuna y fama. O poder en
el sentido más agresivo de la palabra, un hombre con la llave del botón
nuclear, como aparentemente dicen que buscaba Carla Bruni antes de conocer a
Sarko. Pero, en este mundo de la uniformidad forzada, ellos, los poderosos,
tienen algo que les distingue además de los oropeles: conocimientos, experiencias,
una visión, la capacidad de cambiar las cosas, de influir en la historia. El
otro día una amiga me comentaba lo rápido que pasa la vida cuando vivimos y lo
lento que transcurre el tiempo cuando sobrevivimos.
Seguramente dentro
de unos años, se arrepienta o no de la historia que ahora protagoniza, Julie
Gayet pensará lo mismo. En estos momentos la imagino, como me ocurrió a mí
en una situación similar, abrumada por un embrollo que la desborda. Sin
embargo, nadie se para a pensar que detrás de todo esto puede existir una mujer
enamorada. Y es que al fin y al cabo, como diría Rocío Jurado, ¿qué sabe nadie
lo que preferimos o no preferimos en el amor?
Una vez una joven de 19 años conoció a un hombre que le doblaba la edad, sus vidas se cruzaron,el agarro su rumbo y ella dio media vuelta y se fue,contaba ella que cuando daba la vuelta una voz o su corazón le decía que ese era el hombre de su vida!! 3 meses más tarde el regreso y le ofreció matrimonio, y se casaron 5 meses mas tarde lo que ha pasado después es digno de escribir con tiempo ¡que paso ahí ?quien intervino?a veces nuestros destinos no están en nuestras manos?
ResponderEliminarCasi siempre non estan!
ResponderEliminar