sábado, 1 de febrero de 2014

¿QUÉ HA VISTO EN HOLLANDE JULIE GAYET?

Por Fidela Sanz

No todo es lo que parece… en realidad, éste que les presentamos no es un artículo de cotilleo sobre la intimidad de los mandatarios franceses –que también- sino una reflexión sobre los motivos por los que una mujer se enamora. La autora reconoce que a las mujeres nos suelen gustar los hombres poderosos, no por el poder que pueden darnos sino porque suelen ser muy interesantes, inteligentes, fuertes… y que desde siempre la hembra ha buscado al jefe de la manada para que la protegiera –y para obtener los mejores genes para sus crías, añadimos-. Nos parece una visión interesante, que invita a la reflexión... Siempre nos quedará la duda: ¿será enamoramiento, el poder de la razón, o la razón del poder?


http://www.elmundo.es/yodona/2014/01/31/52eb8da622601d94718b456e.html

¿Qué ha visto en Hollande Julie Gayet?

La actriz Julie Gayet. Foto: Gtres online

CARMEN POSADAS

Actualizado: 01/02/2014 00:15 horas
La vieja historia ha estallado en escándalo donde menos se esperaba: en pocos países los jefes de Estado han sido tan aficionados como los presidentes franceses a buscar camas ajenas donde descansar sus coronadas cabezas. Giscard le tanteaba los muslos a Brigitte Bardot, y Mitterrand (con ese aire al cardenal Mazarino que tanto gustaba en la gauche caviar) no se conformaba con tener dos familias y dicen que visitaba a varias amantes en una sola noche, cubierto siempre por la inusual complicidad de la prensa. De Chirac cuentan las leyendas que la noche que murió Lady Di, el ministro del Interior telefoneó al Palacio del Elíseo para informar al presidente y que la primera dama atendió con cajas destempladas, quejándose de las horas de la llamada y preguntando al ministro que si creía que ella tenía la menor idea de dónde dormía su marido.
En la época de Sarkozy nos informaron más de los devaneos de Cécilia, su anterior mujer, que de las escapadas nocturnas del nervudo y nervioso Nicolas. Ahora la impunidad le revienta entre las manos al que menos esperábamos, a Hollande, el anodino, al del aire pánfilo y satisfecho de un funcionario de Pas de Calais después de una buena comida. Por si fuera poco, no es el primer lío de faldas que provoca este improbable sex symbol que ya había abandonado a su compañera de 25 años, la estupendísima Ségolène Royal, por una atractiva periodista con malas pulgas y apellido de sabueso. La pregunta resuena en el aire y en las ondas y no es precisamente por qué el presidente ha descuidado de forma tan flagrante su seguridad para visitar a su amante, sino otra muy distinta: ¿qué diantres le ha visto una actriz joven, guapa y con éxito a ese tipo bajito con cara de niño mofletudo y empollón envejecido de repente, a ese hombre gris al que ya imaginamos con su casco de motociclista hasta en sus momentos más íntimos? Lo que le viene a la cabeza a muchos es que el motor de esta pasión es el vil interés, el dinero, un futuro con el riñón bien cubierto, pero, en mi humilde opinión de escritora aficionada a la novela de detectives, no estoy segura de que ese sea el móvil de esta comedia de enredo.No parece que Julie Gayet vaya a sacar mucho a cambio del martilleo mediático que la va a sacudir los próximos meses, ni económicamente ni en su carrera profesional. ¿Cuál es el atractivo entonces? La respuesta es fácil: el poder. Simple y llanamente. Sí, ya sé que suena mal, que muchas feministas pensarán que estoy dando la razón a los estereotipos del macho alfa, esos que dicen que las mujeres corremos siempre tras una cartera bien llena.
Pero ¿está mal que nos gusten los poderosos? Hay una verdad difícil de discutir desde los tiempos de Catalina de Médicis o de Leonor de Aquitania: estos hombres suelen ser muy interesantes. Interesantes no por su cuenta bancaria, no necesariamente por lo que representan, sino por cómo son, por lo que hacen, por sus sueños y aspiraciones. Eso no es algo con lo que una mujer se encuentra todos los días, ¿no es cierto? No se trata de dependencia ni subordinación, algo que ni buscamos ni deseamos, sino de un aspecto para mí fundamental del amor como es la admiración hacia nuestra pareja. Normalmente estos son hombres fuertes, inteligentes, a los que nadie les ha regalado nada y que han llegado a donde han llegado por su propio esfuerzo. No hay nada más atávico que esta atracción. Desde la madrugada de la humanidad, la mujeres hemos buscado al líder de la manada para que nos proteja. Unas veces creemos verlo en la belleza, en la fortaleza física, en la juventud. Otras buscamos más allá de la simple atracción sexual, en el cerebro, en un talento y una voluntad que se haya trazado sus metas y las haya logrado. Más allá del cálculo, por la simple y siempre menospreciada admiración intelectual. Esa es la razón para que la edad que separa a esas parejas no sea importante: Hollande tiene 17 años más que Julie; a Antonioni le separaban 40 años de su mujer y, sin ir más lejos, yo me llevaba 22 años con mi difunto marido. Modestia aparte, podía haber elegido a unos cuantos, no me faltaban alternativas, precisamente, pero lo elegí a él. Lo mismo parece haberle sucedido con Hollande a Julie Gayet, guapa, con éxito y dueña, para más señas, de un castillo del siglo XVII.
¿Se enamora una de la persona o de la personalidad pública? Los hombres suelen sentirse amenazados por las mujeres con éxito, por el síndrome de Dennis Thatcher, por una existencia vicaria como la que se le supone al señor Merkel. Por contra, nosotras nos enamoramos del paquete, del conjunto, de la persona y sus circunstancias. ¿Son todos los hombres poderosos fascinantes? Como en todos los grupos sociales, ellos también tienen sus defectos, normalmente muchos. Tienden a la soberbia, a la impaciencia, a la complacencia con ellos mismos. También hay mujeres que se acercan a los poderosos buscando fortuna y fama. O poder en el sentido más agresivo de la palabra, un hombre con la llave del botón nuclear, como aparentemente dicen que buscaba Carla Bruni antes de conocer a Sarko. Pero, en este mundo de la uniformidad forzada, ellos, los poderosos, tienen algo que les distingue además de los oropeles: conocimientos, experiencias, una visión, la capacidad de cambiar las cosas, de influir en la historia. El otro día una amiga me comentaba lo rápido que pasa la vida cuando vivimos y lo lento que transcurre el tiempo cuando sobrevivimos.

Seguramente dentro de unos años, se arrepienta o no de la historia que ahora protagoniza, Julie Gayet pensará lo mismo. En estos momentos la imagino, como me ocurrió a mí en una situación similar, abrumada por un embrollo que la desborda. Sin embargo, nadie se para a pensar que detrás de todo esto puede existir una mujer enamorada. Y es que al fin y al cabo, como diría Rocío Jurado, ¿qué sabe nadie lo que preferimos o no preferimos en el amor?


2 comentarios:

  1. Una vez una joven de 19 años conoció a un hombre que le doblaba la edad, sus vidas se cruzaron,el agarro su rumbo y ella dio media vuelta y se fue,contaba ella que cuando daba la vuelta una voz o su corazón le decía que ese era el hombre de su vida!! 3 meses más tarde el regreso y le ofreció matrimonio, y se casaron 5 meses mas tarde lo que ha pasado después es digno de escribir con tiempo ¡que paso ahí ?quien intervino?a veces nuestros destinos no están en nuestras manos?

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