El mes de Febrero está lleno
de curiosidades, principalmente las que nos evocan la idea de los “amantes”,
por aquello de San Valentín, una fiesta de orígenes diversos.
Unos dicen que la Iglesia
Católica aprovechó el momento de un popular rito pagano de fertilidad, en honor
al dios Lupercus. Otros cuentan que en época romana, a los guerreros no se les
permitía contraer matrimonio, porque eran más libres de ir a la guerra si no
tenían responsabilidades
de mujeres o hijos. El Obispo Valentín, amigo de los jóvenes amantes, los
casaba a escondidas. Un día el Emperador Claudio II mandó llamar al Obispo para
que se convirtiera en pagano y dejara de hacer esas uniones, pero San Valentín
no renunció a su Fe y el Emperador lo mandó decapitar.
Y entre estas historias de amores
y de amantes, quisiéramos recordar la vida de una mujer que profetizó que “no
moriría del todo, porque algo la haría continuar viva”. Nos estamos refiriendo
a Rose-Alphonsine Plessis, conocida mundialmente como “La Dama de las Camelias”
(Francia 1824-1847). Conozcamos brevemente su historia.
Su madre, camarera en el
castillo de los Condes de Hays, se enamoró de un vendedor ambulante de pésima
reputación. Años de infierno, donde el
marido llegaba borracho, la maltrataba, la pegaba, la traicionaba. A él le hubiera
gustado tener un hijo, pero sin embargo tuvieron dos hijas, lo que le
desencadenó reacciones brutales contra la mujer y las niñas: ataques de ira,
torturas, agresiones incluso a los vecinos; hasta que un día quemó la casa y
huyó. La madre murió y las niñas quedaron bajo la tutela de una tía.
El padre volvió y recuperó a
Alphonsine (la otra hija ya era mayor de edad y trabajaba). La puso a trabajar,
intentó venderla a una caravana de zíngaros, luego a un grupo de saltimbanquis,
hasta que la dejó con un viejo pervertido a cambio de dinero.
Alphonsine cambiaba a menudo
de trabajo y le iban gustando los vestidos caros y la compañía de los hombres.
Llegó a Paris, donde empezó pidiendo limosna, trabajando en una lavandería y como
dependienta en una tienda de moda.
Con 15 años era muy hermosa:
cabello largo, ojos grandes y negros,
labios rojos como las cerezas y piel de porcelana.
Como trabajar tantas horas
no le gustaba mucho, en cuanto apareció el primer hombre que la ponía un
apartamento y la mantenía, aceptó inmediatamente. En dos años se convirtió en
la cortesana por la que tantos hombres eran capaces de gastar cientos de
francos en ella, comenzando así una larga historia de amantes. Ministros,
Condes, etc., de los que aprendió los modales de la alta sociedad, se educó,
leyó libros y adoraba el teatro. Es aquí cuando cambia su nombre por Marie
Duplessis, con la idea de parecer de origen más noble. Así, empezó a
frecuentar el Café de París, lugar predilecto de escritores como Musset,
Balzac, Sue, Dumas (padre).
Su pasado no le permitió
cambiar de vida y confesaba a una amiga que era la sociedad la que le obligaba
a ser lo que era. Era elegante, de encanto y gustos refinados, hablaba y se
comportaba como una dama, lo que le hizo estar siempre rodeada de ricos,
financieros, nobles, intelectuales, les gustaba a todos, pero ella no quería creer
en el amor.
Su apodo –Dama de las
Camelias- viene de la alternancia del color de las camelias con las que se
adornaba (rojas para los días de la menstruación y blanca para el resto), lo
que se convirtió en un argumento curioso entre las gentes. Estar en Paris y no conocer a Marie
Duplessis quería decir que no eras nadie.
Nada la hizo
renunciar a su modo de vivir, ni amantes ni lujo ni teatro ni bailes, Marie estaba
conquistada de la libertad de elegir.
Contrajo matrimonio en
Londres con un noble, pero solamente porque necesitaba el título de condesa
para seguir al hombre que en aquel momento la había fascinado: Franz Liszt. Pero
el músico no la aceptó porque una cortesana podría perjudicar mucho su reputación.
Marie enfermó de
tuberculosis y sabiendo que estaba condenada a morir, se abandonó a todos los
excesos, presa de un loco frenesí, aunque los doctores le mandaron reposar.
Finalmente falleció el 3 de Febrero de 1847.
Y ahí fue cuando tomó forma
su profecía de que algo le haría continuar viva. El escritor Alexandro Dumas
(hijo) la inmortalizó en su obra “La Dama de las Camelias”, novela que
posteriormente fue la inspiración para la opera de Giuseppe Verdi, “La
Traviata”.
Dos historias: la de Marie
Duplessis y la de San Valentín que sucumben por el materialismo: antes, ahora… ¡¿siempre?!
¿Por qué tenemos que hacer
de la idea del “amor” una excusa para incrementar el consumo? En Marie
Duplessis tuvo más fuerza el lujo que el amor y con San Valentín, que dio su
vida por su Fe y por cumplir con esa unión de los amantes, su acción se ha
convertido en una fiesta comercial, sin un significado especial, que celebran
más del 70% de los solteros.
Tiendas, radio, televisión, películas,
revistas…. Todo un mundo, toda una manipulación económica entorno a un mes de
Febrero que nos inunda de rojos corazones: el rojo como símbolo de la pasión y
el corazón símbolo del amor. Una pasión y un amor codificados por un marketing
comercial que elimina la posibilidad al hombre de ser creativo y espontáneo, de
expresarse libremente y quedarse con las ganas de decir lo que siente,
imposibilitado sin saber por qué. Y si no eres así, si no sigues la línea mercantilista,
no estás dentro de la norma, dentro de lo establecido, no vas a la moda.
Con tantos materialismos se
pierde la faceta creativa del ser y firmamos la fecha de caducidad de la
especie, porque nos llenamos y nos llenamos hasta que un día, ya caducos,
llegaremos a explotar.
Tenemos que generar un poco
de fervor, un instante de pasión, de recomponernos en lo que es nuestra
posición. Saber que en amores estamos asistidos por esa Fuerza, cuando noto su
mano, cuando miro sus ojos... y ¡es gratis!
El Amor Divino se expande… ¡Amantes…!
¡Amores…! ¡Inmortalidad…! Una posibilidad que nos puede llevar a reencontrarnos con nuestros orígenes, a
unirnos con esa Fuerza Creadora, de la que el hombre, con su materialismo, cada
vez se aleja más. Que no sólo sea Febrero, sino siempre, el momento ideal para
hacer resplandecer el Amor Divino.
¡Elijan ustedes!
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