Por: Marytza Fragela
Un anzuelo de culpa actúa como una rienda con la cual se puede manejar a otro en contra de su voluntad, “enganchándolo”, haciendo que se sienta mal con él mismo, culpable.
Por ejemplo, una persona hace que otra la acompañe a hacer algo turbio diciéndole: “Un buen amigo se banca cualquier cosa”.
O alguien acepta ser objeto del enojo de otros sólo porque hizo algo mal, porque se equivocó.
Anatomía de la culpa: el Programa “Bien o mal”.
Para funcionar, un anzuelo de culpa requiere que la víctima acepte varias creencias como si fueran verdades absolutas:
1.- La idea de que las cosas solamente pueden estar en dos estados posibles: o bien o mal.
2.- Que alguien o un grupo de personas pueden saber de manera absoluta cual es cual. Y la más importante con respecto a la culpa:
3.- Que quienes actúan “mal” deben aceptar recibir enojo, malos sentimientos, ataques, desvalorización y peleas por parte de los supuestos “buenos”.
También deben aceptar sentirse mal con ellos mismos, culpables, y sufrir. Es muy importante saber que el ataque, el juicio, el enojo y las peleas, tan diseminados y estimuladas desde múltiples fuentes, son tan corrosivos para la vida, la salud y las relaciones como el ácido.
De ahí la frase: “Enojarse con alguien es como tomar veneno y esperar que le haga daño al otro”. Así de dañinos son el enojo y las peleas. No es cierto que enojarse ayuda a que el otro corrija sus errores, mejore ni cambie sus malas conductas. Todo lo contrario es cierto. De hecho, el enojo hace que la víctima se sienta desvalorizada, mal con ella misma, retraída y cada vez más lejos de tener la auto valoración necesaria para tomarse las molestias que implican cambiar y mejorar.
Lo que sí produce claridad en los malentendidos y en los desencuentros es el dialogo, la negociación, los acuerdos claros, los contratos, las medidas claras de penalización en caso de incumplimiento. Pero nada de eso requiere ni una gota de enojo ni de peleas. Solo buena voluntad y honestidad para negociar las diferencias.
No aceptar anzuelos de culpa no quiere decir que uno no se vaya a hacer responsable de sus actos. Si alguien se compromete a hacer algo y no cumple, debe hacerse cargo de las consecuencias de su incumplimiento, pero eso de ninguna manera equivale a que tiene que aceptar ser víctima de enojo, ataque a su persona ni a su valor.
Cuando alguien comete una infracción, el agente de tránsito no se enoja ni se ofende ni se pelea con él; simplemente le aplica una multa. Hacerse cargo de las consecuencias de los actos sí. Aceptar basura emocional en forma de ataques, juicios, criticismo, enojo, peleas, o desvalorización personal, NO.
Cómo se fabrica la culpa:
Lo que deja a una persona indefensa y vulnerable a ser penetrada por la culpa, no es que sea imperfecta, ni que cometa errores, ni que esté loca. La culpa ingresa en el sistema cuando se cae en la trampa de juzgar, criticar, enojarse, atacar, hacer sentir culpable, odiar, abandonar, hacer sentir que alguien no es valioso, que no merece, castigar y cosas por el estilo. Lo mismo que los bullies (bravucones) le hacen a quien no hizo nada, el anzuelo de culpa permite (y estimula) hacérselas a alguien que hace algo “mal”, según el programa. Como es binario, sin grises, el programa cataloga como “mal” toda imperfección, toda equivocación, todo error.
Es muy importante tener claro que cuando alguien está manejado por el programa, él mismo cae indefectiblemente dentro de la categoría “mal”, ya que nadie, por mejor que sea, está libre de imperfecciones ni de errores.
Todo aquel que tiene el programa, se siente siempre en infracción. Eso es así para asegurar que el anzuelo de la culpa enganche bien. El primer “condenado” a sentirse culpable por el programa es quien lo tiene en su sistema.
Equivocarse puede acarrear consecuencias desagradables, pero es la culpa la que conduce a que la persona se enemiste con ella misma y se auto condene. Cuando se logra que alguien se sienta culpable, mal con él mismo, la persona sola se castiga a sí misma, como un perro que se pone en penitencia por haber mordido una zapatilla. Cuando alguien muerde el anzuelo de culpa, se vuelve manejable, controlable. El programa estimula a atacar la imperfección en los demás y a sentirse culpable con la propia.
Hay que reconocer que aunque sea una reliquia que nos acompaña desde tiempos bíblicos, el programa está muy bien hecho. Se comprende porqué eso es así cuando se recuerda que no está diseñado para ayudar a nadie, sino para hacer que quienes lo tienen se sientan mal consigo mismos, sean débiles, inseguros, temerosos, manejables; que busquen siempre pero que no encuentren nunca.
Para lograr eso, es muy útil generar ambigüedad, inseguridad, falta de claridad, de manera que sin darse cuenta, la persona esté siempre en un estado crónico de sentirse en infracción. Eso se hace con comandos contradictorios ubicados en lugares diferentes.
El mismo programa que dice que hay que atacar el mal también dice “en otro lado”, que atacar está mal. En el marco de ese degradé donde las cosas son tan poco claras como el punto donde el día se transforma en la noche, se despliega la historia humana.
En un extremo de locura, el programa puede exigir ir a la guerra y matar para hacer “el bien”, y en otro extremo de locura, el mismo programa exige, también en nombre del “bien”, tolerar cualquier maltrato sobre uno mismo sin defenderse.
Una forma de ver la contradicción en funcionamiento es observar que aunque en cierto momento podemos babearnos hablando mal de alguien porque cometió una equivocación, no nos gusta que cuando nos equivocamos nosotros o un ser muy querido, hablen mal de nosotros.
La coexistencia de estos dos comandos contradictorios hace que quien critica, juzga, ataca, se enoja o habla mal de los demás, en el fondo se sienta siempre con culpa, por hacer algo que no le gustaría que le hagan a él.
De esta manera tan ingeniosa, el programa engancha cuando la persona se equivoca, y engancha nuevamente cuando la persona condena las equivocaciones de los demás. El ataque alimenta la culpa, y la culpa carcome la auto valoración y la autoestima. La falta de auto valoración es el carísimo precio del ataque, el juicio, el enojo, etc.
Tal precio se paga cuando se necesita amor y auto valoración para hacer algo que requiere tomarse molestias por uno mismo, como por ejemplo, para adelgazar o cambiar una mala conducta. Para tareas así, que requieren perseverancia, esfuerzo sostenido, aceptar nuevos límites para viejas malas costumbres, etc. se necesita quererse y valorarse mucho a uno mismo. Y si uno ha hecho cosas de las que no se siente orgulloso, a la hora de actuar, simplemente le faltará motivación, fuerza y sensación de merecimiento.
El ataque, el juicio, el enojo, etc. dan una vuelta muy muy larga, que va desde sentir la embriaguez morbosa que producen al perpetrarlos, hasta la falta de auto valoración, de merecimiento, de motivación y de fuerzas para hacer cosas buenas por uno mismo.
Quien es capaz de ver todo ese círculo de una mirada, comprende lo tonto y auto destructivo que es atacar, enojarse, etc. y ya no se deja engañar más por esa tentación.
Poco a poco, al no estar más identificado con la lógica auto destructiva, la persona deja de alimentar el ataque, hasta que finalmente, no lo hace más, quedando libre de ataque y llena de humildad y respeto por todo.
Si estas palabras no bastaran para convencer al lector de lo peligroso que es juzgar, atacar, etc. citamos a continuación unas palabras de más de dos mil años de antigüedad que advertían repetidamente del peligro de caer en esta trampa:
“Quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra”. “Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que tomen la espada, a espada perecerán”. Mateo 26:52 “No juzguéis, si no queréis ser juzgados. Porque con el mismo juicio que juzgareis, habéis de ser juzgados, y con la misma medida con que midiereis, seréis medidos vosotros”. Mateo 7,1-2 No juzguéis, y no seréis juzgados: No condenéis, y no seréis condenados: Perdonad, y seréis perdonados”. Lucas 6:37
Dr. Leonardo Aronovitz Médico, terapeuta, docente.
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