miércoles, 12 de febrero de 2014

¿Cómo se siente ser mujer “mayoría oprimida"?



Por Ana BCamponovo

Hoy lo hemos encontrado subtitulado, es impactante. Hay tantas cosas que agreden a una mujer, tantas que hemos engrosado nuestra piel para no sentirlas, para ser indiferentes, para vivirlo como “lo normal”. Esa normalidad enferma en la que nos hemos acostumbrado a vivir durante generaciones, se pone en evidencia en este corto de origen francés y aplicable a cualquier cultura. Las mujeres somos la “mayoría oprimida”. Algunos hombres empiezan a darse cuenta.
Mas aún falta mucho para que las mujeres de este planeta sean capaces de reaccionar ante lo que se supone un estilo de vida convencional. Mucho, para que las jóvenes dejen de reír cuando un chico las llama amistosa, graciosamente, “puta” o la acaricia haciéndole ver que es su “gatita” o su “perrita”, como es el estilo de algunos jóvenes de hoy. Falta mucho para que las adultas dejen de considerar la belleza a través de las modas. Falta mucho para que muchas mujeres se crean con derecho de tener sus propios sueños e ideales. Y eso es producto de milenios de opresión… y la OPRESIÓN es MALTRATO.


martes, 11 de febrero de 2014

FEBRERO Y... ¿EL AMOR?

Por Milagros García-Bueno
El mes de Febrero está lleno de curiosidades, principalmente las que nos evocan la idea de los “amantes”, por aquello de San Valentín, una fiesta de orígenes diversos.
Unos dicen que la Iglesia Católica aprovechó el momento de un popular rito pagano de fertilidad, en honor al dios Lupercus. Otros cuentan que en época romana, a los guerreros no se les permitía contraer matrimonio, porque eran más libres de ir a la guerra si no tenían responsabilidades de mujeres o hijos. El Obispo Valentín, amigo de los jóvenes amantes, los casaba a escondidas. Un día el Emperador Claudio II mandó llamar al Obispo para que se convirtiera en pagano y dejara de hacer esas uniones, pero San Valentín no renunció a su Fe y el Emperador lo mandó decapitar.
 
Y entre estas historias de amores y de amantes, quisiéramos recordar la vida de una mujer que profetizó que “no moriría del todo, porque algo la haría continuar viva”. Nos estamos refiriendo a Rose-Alphonsine Plessis, conocida mundialmente como “La Dama de las Camelias” (Francia 1824-1847). Conozcamos brevemente su historia.
Su madre, camarera en el castillo de los Condes de Hays, se enamoró de un vendedor ambulante de pésima reputación.  Años de infierno, donde el marido llegaba borracho, la maltrataba, la pegaba, la traicionaba. A él le hubiera gustado tener un hijo, pero sin embargo tuvieron dos hijas, lo que le desencadenó reacciones brutales contra la mujer y las niñas: ataques de ira, torturas, agresiones incluso a los vecinos; hasta que un día quemó la casa y huyó. La madre murió y las niñas quedaron bajo la tutela de una tía.
El padre volvió y recuperó a Alphonsine (la otra hija ya era mayor de edad y trabajaba). La puso a trabajar, intentó venderla a una caravana de zíngaros, luego a un grupo de saltimbanquis, hasta que la dejó con un viejo pervertido a cambio de dinero.
Alphonsine cambiaba a menudo de trabajo y le iban gustando los vestidos caros y la compañía de los hombres. Llegó a Paris, donde empezó pidiendo limosna, trabajando en una lavandería y como dependienta en una tienda de moda.
Con 15 años era muy hermosa: cabello largo, ojos grandes y negros,  labios rojos como las cerezas y piel de porcelana.
 
Como trabajar tantas horas no le gustaba mucho, en cuanto apareció el primer hombre que la ponía un apartamento y la mantenía, aceptó inmediatamente. En dos años se convirtió en la cortesana por la que tantos hombres eran capaces de gastar cientos de francos en ella, comenzando así una larga historia de amantes. Ministros, Condes, etc., de los que aprendió los modales de la alta sociedad, se educó, leyó libros y adoraba el teatro. Es aquí cuando cambia su nombre por Marie Duplessis, con la idea de parecer de origen más noble. Así, empezó a frecuentar el Café de París, lugar predilecto de escritores como Musset, Balzac, Sue, Dumas (padre).
Su pasado no le permitió cambiar de vida y confesaba a una amiga que era la sociedad la que le obligaba a ser lo que era. Era elegante, de encanto y gustos refinados, hablaba y se comportaba como una dama, lo que le hizo estar siempre rodeada de ricos, financieros, nobles, intelectuales, les gustaba a todos, pero ella no quería creer en el amor.
Su apodo –Dama de las Camelias- viene de la alternancia del color de las camelias con las que se adornaba (rojas para los días de la menstruación y blanca para el resto), lo que se convirtió en un argumento curioso entre las gentes. Estar en Paris y no conocer a Marie Duplessis quería decir que no eras nadie.
Nada la hizo renunciar a su modo de vivir, ni amantes ni lujo ni teatro ni bailes, Marie estaba conquistada de la libertad de elegir.
Contrajo matrimonio en Londres con un noble, pero solamente porque necesitaba el título de condesa para seguir al hombre que en aquel momento la había fascinado: Franz Liszt. Pero el músico no la aceptó porque una cortesana podría perjudicar mucho su reputación.
Marie enfermó de tuberculosis y sabiendo que estaba condenada a morir, se abandonó a todos los excesos, presa de un loco frenesí, aunque los doctores le mandaron reposar. Finalmente falleció el 3 de Febrero de 1847.
Y ahí fue cuando tomó forma su profecía de que algo le haría continuar viva. El escritor Alexandro Dumas (hijo) la inmortalizó en su obra “La Dama de las Camelias”, novela que posteriormente fue la inspiración para la opera de Giuseppe Verdi, “La Traviata”.
Dos historias: la de Marie Duplessis y la de San Valentín que sucumben por el materialismo: antes, ahora… ¡¿siempre?!
¿Por qué tenemos que hacer de la idea del “amor” una excusa para incrementar el consumo? En Marie Duplessis tuvo más fuerza el lujo que el amor y con San Valentín, que dio su vida por su Fe y por cumplir con esa unión de los amantes, su acción se ha convertido en una fiesta comercial, sin un significado especial, que celebran más del 70% de los solteros.
Tiendas, radio, televisión, películas, revistas…. Todo un mundo, toda una manipulación económica entorno a un mes de Febrero que nos inunda de rojos corazones: el rojo como símbolo de la pasión y el corazón símbolo del amor. Una pasión y un amor codificados por un marketing comercial que elimina la posibilidad al hombre de ser creativo y espontáneo, de expresarse libremente y quedarse con las ganas de decir lo que siente, imposibilitado sin saber por qué. Y si no eres así, si no sigues la línea mercantilista, no estás dentro de la norma, dentro de lo establecido, no vas a la moda.
Con tantos materialismos se pierde la faceta creativa del ser y firmamos la fecha de caducidad de la especie, porque nos llenamos y nos llenamos hasta que un día, ya caducos, llegaremos a explotar.
Tenemos que generar un poco de fervor, un instante de pasión, de recomponernos en lo que es nuestra posición. Saber que en amores estamos asistidos por esa Fuerza, cuando noto su mano, cuando miro sus ojos... y ¡es gratis!
El Amor Divino se expande… ¡Amantes…! ¡Amores…! ¡Inmortalidad…! Una posibilidad que nos puede llevar a  reencontrarnos con nuestros orígenes, a unirnos con esa Fuerza Creadora, de la que el hombre, con su materialismo, cada vez se aleja más. Que no sólo sea Febrero, sino siempre, el momento ideal para hacer resplandecer el Amor Divino.
¡Elijan ustedes!

sábado, 1 de febrero de 2014

¿QUÉ HA VISTO EN HOLLANDE JULIE GAYET?

Por Fidela Sanz

No todo es lo que parece… en realidad, éste que les presentamos no es un artículo de cotilleo sobre la intimidad de los mandatarios franceses –que también- sino una reflexión sobre los motivos por los que una mujer se enamora. La autora reconoce que a las mujeres nos suelen gustar los hombres poderosos, no por el poder que pueden darnos sino porque suelen ser muy interesantes, inteligentes, fuertes… y que desde siempre la hembra ha buscado al jefe de la manada para que la protegiera –y para obtener los mejores genes para sus crías, añadimos-. Nos parece una visión interesante, que invita a la reflexión... Siempre nos quedará la duda: ¿será enamoramiento, el poder de la razón, o la razón del poder?


http://www.elmundo.es/yodona/2014/01/31/52eb8da622601d94718b456e.html

¿Qué ha visto en Hollande Julie Gayet?

La actriz Julie Gayet. Foto: Gtres online

CARMEN POSADAS

Actualizado: 01/02/2014 00:15 horas
La vieja historia ha estallado en escándalo donde menos se esperaba: en pocos países los jefes de Estado han sido tan aficionados como los presidentes franceses a buscar camas ajenas donde descansar sus coronadas cabezas. Giscard le tanteaba los muslos a Brigitte Bardot, y Mitterrand (con ese aire al cardenal Mazarino que tanto gustaba en la gauche caviar) no se conformaba con tener dos familias y dicen que visitaba a varias amantes en una sola noche, cubierto siempre por la inusual complicidad de la prensa. De Chirac cuentan las leyendas que la noche que murió Lady Di, el ministro del Interior telefoneó al Palacio del Elíseo para informar al presidente y que la primera dama atendió con cajas destempladas, quejándose de las horas de la llamada y preguntando al ministro que si creía que ella tenía la menor idea de dónde dormía su marido.
En la época de Sarkozy nos informaron más de los devaneos de Cécilia, su anterior mujer, que de las escapadas nocturnas del nervudo y nervioso Nicolas. Ahora la impunidad le revienta entre las manos al que menos esperábamos, a Hollande, el anodino, al del aire pánfilo y satisfecho de un funcionario de Pas de Calais después de una buena comida. Por si fuera poco, no es el primer lío de faldas que provoca este improbable sex symbol que ya había abandonado a su compañera de 25 años, la estupendísima Ségolène Royal, por una atractiva periodista con malas pulgas y apellido de sabueso. La pregunta resuena en el aire y en las ondas y no es precisamente por qué el presidente ha descuidado de forma tan flagrante su seguridad para visitar a su amante, sino otra muy distinta: ¿qué diantres le ha visto una actriz joven, guapa y con éxito a ese tipo bajito con cara de niño mofletudo y empollón envejecido de repente, a ese hombre gris al que ya imaginamos con su casco de motociclista hasta en sus momentos más íntimos? Lo que le viene a la cabeza a muchos es que el motor de esta pasión es el vil interés, el dinero, un futuro con el riñón bien cubierto, pero, en mi humilde opinión de escritora aficionada a la novela de detectives, no estoy segura de que ese sea el móvil de esta comedia de enredo.No parece que Julie Gayet vaya a sacar mucho a cambio del martilleo mediático que la va a sacudir los próximos meses, ni económicamente ni en su carrera profesional. ¿Cuál es el atractivo entonces? La respuesta es fácil: el poder. Simple y llanamente. Sí, ya sé que suena mal, que muchas feministas pensarán que estoy dando la razón a los estereotipos del macho alfa, esos que dicen que las mujeres corremos siempre tras una cartera bien llena.
Pero ¿está mal que nos gusten los poderosos? Hay una verdad difícil de discutir desde los tiempos de Catalina de Médicis o de Leonor de Aquitania: estos hombres suelen ser muy interesantes. Interesantes no por su cuenta bancaria, no necesariamente por lo que representan, sino por cómo son, por lo que hacen, por sus sueños y aspiraciones. Eso no es algo con lo que una mujer se encuentra todos los días, ¿no es cierto? No se trata de dependencia ni subordinación, algo que ni buscamos ni deseamos, sino de un aspecto para mí fundamental del amor como es la admiración hacia nuestra pareja. Normalmente estos son hombres fuertes, inteligentes, a los que nadie les ha regalado nada y que han llegado a donde han llegado por su propio esfuerzo. No hay nada más atávico que esta atracción. Desde la madrugada de la humanidad, la mujeres hemos buscado al líder de la manada para que nos proteja. Unas veces creemos verlo en la belleza, en la fortaleza física, en la juventud. Otras buscamos más allá de la simple atracción sexual, en el cerebro, en un talento y una voluntad que se haya trazado sus metas y las haya logrado. Más allá del cálculo, por la simple y siempre menospreciada admiración intelectual. Esa es la razón para que la edad que separa a esas parejas no sea importante: Hollande tiene 17 años más que Julie; a Antonioni le separaban 40 años de su mujer y, sin ir más lejos, yo me llevaba 22 años con mi difunto marido. Modestia aparte, podía haber elegido a unos cuantos, no me faltaban alternativas, precisamente, pero lo elegí a él. Lo mismo parece haberle sucedido con Hollande a Julie Gayet, guapa, con éxito y dueña, para más señas, de un castillo del siglo XVII.
¿Se enamora una de la persona o de la personalidad pública? Los hombres suelen sentirse amenazados por las mujeres con éxito, por el síndrome de Dennis Thatcher, por una existencia vicaria como la que se le supone al señor Merkel. Por contra, nosotras nos enamoramos del paquete, del conjunto, de la persona y sus circunstancias. ¿Son todos los hombres poderosos fascinantes? Como en todos los grupos sociales, ellos también tienen sus defectos, normalmente muchos. Tienden a la soberbia, a la impaciencia, a la complacencia con ellos mismos. También hay mujeres que se acercan a los poderosos buscando fortuna y fama. O poder en el sentido más agresivo de la palabra, un hombre con la llave del botón nuclear, como aparentemente dicen que buscaba Carla Bruni antes de conocer a Sarko. Pero, en este mundo de la uniformidad forzada, ellos, los poderosos, tienen algo que les distingue además de los oropeles: conocimientos, experiencias, una visión, la capacidad de cambiar las cosas, de influir en la historia. El otro día una amiga me comentaba lo rápido que pasa la vida cuando vivimos y lo lento que transcurre el tiempo cuando sobrevivimos.

Seguramente dentro de unos años, se arrepienta o no de la historia que ahora protagoniza, Julie Gayet pensará lo mismo. En estos momentos la imagino, como me ocurrió a mí en una situación similar, abrumada por un embrollo que la desborda. Sin embargo, nadie se para a pensar que detrás de todo esto puede existir una mujer enamorada. Y es que al fin y al cabo, como diría Rocío Jurado, ¿qué sabe nadie lo que preferimos o no preferimos en el amor?